Si algo ha dejado la polarización en México, es perdernos en lo vano, en el sinsentido y la sin razón, en la justificación para agredirnos y controvertirnos sin razones de peso
En una supina ignorancia e indolencia para hablar de los verdaderos temas, los de futuro, los que deben dar rumbo al país.
En contrasentido, las redes sociales y las pláticas entre amigos y en la familia rebosan de cosas superfluas. Por ejemplo, si está o la otra candidata llenaron sus auditorios en sus respectivos actos de campaña; si fueron acarreados; si se dieron el abrazo o se dispusieron a pararse cada una en su extremo, si pegó el chicle en la silla o si los dislates en los discursos, es lo que verdaderamente importa.
Insertos en esos menesteres, los argumentos y las razones perdieron su fuerza e importancia, pues los grandes temas son llevados al extremo de lo bizantino, creyendo que se gana la conversación con disputas estériles. La discusión de la vida pública se centra en sandeces y nimiedades.
Estas escenas traen a la mente, un celebre encuentro entre el filósofo italiano Antonio Negri y el surcoreano Byung Chul Han, quienes debatían la posibilidad de una revolución contra el capitalismo. Negri, entusiasmado con las posibilidades de una resistencia global ante el imperio (poder neoliberal), argumentaba que sería la multitud una masa crítica interconectada, la encargada de derrocarlo.
Sin embargo, Han respondió a Negri que hoy no es posible hacer la revolución y partió de tres preguntas fundamentales: ¿Por qué el poder neoliberal es estable? ¿Por qué hay tan poca resistencia y la que hay es ineficaz? ¿Por qué crece la desigualdad y decrece la posibilidad de una revolución?
Byung Chul Han explicó que el capitalismo industrial, se sustentaba en una sociedad disciplinaria, era un poder represivo. Por ello, provocaba protestas y resistencias, lo que hacía viable una revolución que acabará con las relaciones de poder imperantes. En ese modelo, eran visibles los opresores y los oprimidos, pudiéndose identificar el enemigo.
Pero el sistema de gobierno neoliberal es diferente al del capitalismo industrial. El poder destinado a mantener estable al poder neoliberal no es represivo, por el contrario, es un poder seductor. El neoliberalismo convierte al trabajador en un empresario libre, un empresario de si mismo, toda persona es señor y siervo al mismo tiempo. La lucha de clases esta al interior de uno mismo, quien fracasa se culpa así mismo del fracaso. Esa paradójica sensación de libertad es lo que hace imposibles las protestas. ¿Contra quien protestar, acaso contra mí mismo? Uno se cuestiona así mismo en lugar de a la sociedad.
El poder disciplinario se volvió ineficaz, pues derrocha demasiada energía para reprimir. Es mucho más eficaz la forma de gobierno donde las personas se subordinan por ellas mismas. Porque en lugar de hacerlo con privaciones y prohibiciones se hace a través de favores y satisfactores. En lugar de hacer dóciles a las personas por la fuerza, este poder las vuelve dependientes.
Ese poder que mantiene unido al sistema tiene una forma elegante y afable, gracias a ello se hace invisible e inexpugnable. El sujeto sometido, ni siquiera es consciente de su sometimiento, piensa que se encuentra en plenitud de libertad. El sistema neoliberal es tan estable e inmune a toda resistencia, porque en lugar de oprimir a la libertad, la utiliza.
En las sociedades, reprogramadas e inmersas en el neoliberalismo, impera una atmósfera de solido conformismo y consenso con el modelo, apenas se percibe una ligera resistencia, pues siempre estamos acompañados de estados de cansancio y de agotamiento. Las personas terminan accionando para sí mismas, asegurando su máximo rendimiento, en lugar de intervenir en la sociedad para transformarla. De la acción hacia afuera, que hace posible una revolución, se deja paso a la acción hacia adentro, que se expresa en diversas formas de estados de agotamiento, cansancio y estrés crónico.
Según Han, antes las empresas competían entre sí, pero dentro de la empresa dominaba la solidaridad. Hoy todos compiten contra todos, incluso dentro de la misma empresa. Esta competencia incrementa enormemente la productividad, pero destruye la solidaridad y el civismo. Con individuos cansados, agotados y aislados no es posible crear ninguna masa crítica revolucionaria. En los tiempos que corren, nos lanzamos eufóricamente a trabajar hasta quedar quemados. Lo que propicia que el agotamiento por estrés y la revolución se excluyan.
En otra arista, toda la vida es comercializable, incluso en la economía colaborativa impera la lógica dura del capitalismo. Es paradójico que en este hermoso compartir, nadie da nada voluntariamente. Finalmente el capitalismo se consuma cuando vende al comunismo como mercancía y el comunismo como mercancía, es el fin de la revolución.
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